En lo alto de Caimito, San Juan, vive Tita, la abuela dura pero de gran corazón, conocida en todo el barrio por su legendaria Ropa Vieja Boricua. Cada vez que el viento huele a sofrito, cebolla y ajo, ya sabes: Tita está cocinando.

Pero no cualquier plato. La Ropa Vieja es el plato. Solo lo hace cuando quiere reunir a la familia, porque según ella, «eso no se come solo».

Con el tiempo, los nietos se fueron lejos —uno pa’ Nueva York, otra a Florida— y aunque hablaban por videollamada, hacía tiempo que no se veían cara a cara. Un día, viendo una foto vieja con toda la familia sonriendo frente a la mesa, Tita tomó una decisión: ¡volver a juntar a todos!

Se puso su delantal, sacó el viejo caldero de su abuela y empezó a cocinar como antes: carne dorada, sofrito fresco, salsa criolla, aceitunas y comino… pura nostalgia en olla. Luego, mandó un mensaje de voz al grupo familiar:

“Este domingo hay Ropa Vieja en casa. El que no venga, que no se queje. El caldero espera, y yo también.”

Y uno a uno, todos confirmaron. Llegaron con tostones, flan y sobre todo, muchas ganas de abrazar. La casa azul cielo se llenó de risas, cuentos, y ese olor que sabe a infancia.

Tita, al servir la comida, les dijo:

“Les sirvo el alma en un plato. Esta es mi Ropa Vieja, pero ustedes me la hacen nueva.”

Y así, entre cuentos y cucharadas, entendieron que esa receta no solo alimenta el cuerpo: une, cura y guarda las memorias más ricas. Desde entonces, una vez al año, los Rivera se reúnen para celebrar lo que realmente importa: el amor que sabe a hogar.